David Jonatán Manfredi*
En el sistema internacional del siglo XXI, se observa una diversificación y ampliación de la agenda internacional. En cuanto a América Latina, se ve una aparición de nuevos socios, fuera de los históricos vínculos con Occidente, que cobran cada vez más importancia. Uno de estos, es la Federación de Rusia, cuya relación con la región se vio principalmente motivada por la búsqueda de diversificar socios y generar un mayor margen de decisión y autonomía.
La relación con la Federación de Rusia transcurre particularmente en asuntos educativos, científicos, técnicos y políticos, es decir, en materia de soft-power (Pyatakov, 2020). Éste tipo de construcción de poder es fundamental para profundizar los vínculos y complementar las relaciones en materia de lo que se denomina tradicionalmente hard-power o poder duro. Según Nye, el poder blando o soft-power es “la capacidad de lograr que otros ambicionen lo que uno ambiciona; de conseguir que otros Estados quieran lo que quiere uno”. El autor señala que existe “una forma indirecta de ejercer el poder” donde “Un país puede obtener los resultados que desea porque otros países quieran seguir su estela, admirando sus valores, emulando su ejemplo, aspirando a su nivel de prosperidad y apertura” (Nye, 2003:30). Con esta definición se podría complementar que el soft-power: “es representado por todos los recursos –cultura política, los valores sociales, las normas morales y el carisma cultural– en poder de un país, que permiten influir sobre las preferencias de otros Estados y determinar un acercamiento a su propio sistema de referencia” (Scocozza, 2016:2). Asimismo, el rol de este poder se observa en la actualidad en las potencias emergentes de todo el mundo, las cuales se encuentran buscando continuamente nuevas oportunidades diplomáticas, económicas y culturales que permitan esparcir su influencia, usualmente usando herramientas de soft-power aunque no exclusivamente. En esta dinámica, Latinoamérica se ha convertido en uno de los espacios donde estos poderes emergentes han buscado expandir sus intereses, al igual que sus valores (Levaggi, 2016).
La política exterior de Rusia hacia Latinoamérica involucra aspectos culturales, tecnológicos y ligados a la información, elementos fundamentales en la política internacional actual (Scocozza, 2016). De hecho, a menudo, las relaciones políticas empañan en la región a cualquier otro tipo de relación, incluyendo la materia económica (Pyatakov, 2020). Se observa que “Con la transición de Rusia a la economía de mercado y la democracia (…)” en la década del 90 “(…) la sociedad rusa comenzó a descubrir la cercanía de la problemática del desarrollo socioeconómico de su país con la de las naciones latinoamericanas. Aún más: resultaba claro que en América Latina se habían encontrado algunas soluciones productivas a problemas parecidos (…)”. Esto se debe a décadas de investigación sobre el desarrollo regional desde la década de los 60, donde se destaca del rol de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). De esta manera “(…) Rusia asumió el potencial de la relación, no solamente en términos económicos sino también en lo tecnológico. Hoy predomina la idea de que es posible elevar cualitativamente la colaboración con los países latinoamericanos (…)” (Davydov,2010:8).
En referencia a la temática analizada, sobresalen los casos de Argentina, Brasil, Cuba, Venezuela y Ecuador entre los demás países de la región. Esto se observa si toman en consideración cuatro argumentos. En primer lugar, son parte de los países con mayor cantidad de becarios de Rusia en América Latina donde los cupos de becas estatales para estudiar en universidades rusas han ido creciendo año a año y donde se observa una preponderancia de Cuba y Ecuador principalmente (Ermólieva, E.; Kuzminá, V.; Parkhomchuk, M., 2019). En segunda medida, son los países con los que Rusia alcanzó el status de asociación estratégica (Pyatakov, 2020). En el caso particular argentino, el entendimiento se firmó en 2008. En tercer lugar, se considera que Brasil, Cuba y Venezuela son los ejes claves de la región (López Zea & Zea Prado, 2010:79; en Levaggi, 2016), siendo Brasil el principal socio comercial y Cuba el que más cooperación de tipo académica posee con Rusia. Y por último, teniendo en cuenta las visitas presidenciales de primeros ministros y ministros de relaciones exteriores rusos a América Latina, se muestra a Cuba, Brasil, Venezuela y Cuba como algunos de los principales destinos en la región (Rouvinski, 2020).
Además, cabe aclarar que las estrategias del gigante euroasiático en materia de poder blando se pueden detectar claramente a través de tres actores. En primer lugar, la fundación Russikiy Mir o Mundo Ruso en español, fundada en 2007 por el presidente Vladimir Putin, que tiene por objetivo popularizar el aprendizaje del idioma y cultura rusa en el mundo. Esta fundación tiene, al presente, diez centros en la región, incluyendo dos en Argentina, siendo nuestro país donde más se hace presente. Por otro lado, se menciona la agencia Rossotrudnichestvo, cuyo objetivo es fomentar e intensificar las relaciones culturales, científicas, comerciales y sociales entre los países y Rusia. Tal agencia posee tres centros de ciencia y cultura en Argentina, localizados en particular en la región centro. En tercera instancia se identifica el Instituto Pushkin de aprendizaje del idioma Ruso. Según la agencia Rossotrudnichestvo, los alumnos del idioma en la región no son numerosos pero crecen a un ritmo sostenido año a año y se espera que el numero continúe en ascenso (Rouvinski, 2020).
Se concluye por lo tanto, que la política exterior de Rusia hacia América Latina estuvo caracterizada en gran medida por la lógica del soft-power. El hecho de compartir el debate sobre el desarrollo del subdesarrollo y por lo tanto, ciertos desafíos socio-económicos, llevaron a un acercamiento estratégico, que resultó en cooperación cultural, política y tecnológica. El rol de las tres instituciones anteriormente nombradas ha sido crucial para intentar acercar culturas e idiomas disimiles en los últimos años, las cuales han significado anteriormente obstáculos en la vinculación de Rusia con la región.
*Licenciado en Ciencias Políticas (UCA). Miembro del Centro de Estudios Internacionales de la UCA (grupo Eurasia) y de la Casa de Rusia en Entre Ríos.
Referencias
Dadydov,V (2010). Rusia en América Latina (y viceversa). Nueva Sociedad No 226, marzo-abril de 2010, ISSN: 0251-3552.
Ermólieva, E.; Kuzminá, V.; Parkhomchuk, M. (2019). Rusia- Latinoamérica: las tendencias de cooperación en educación superior. Iberoamérica, No3, 2019, рp. 80-103.
Levaggi, A. (2016).Towards the peripheries of the Western World: Eurasian regional policies in Latin America. Anuario de Integración 13 | Año 2016.
Nye, J. (2003), La paradoja del poder norteamericano, Taurus, Madrid.
Pyatakov, A. (2020). Russia and Latin America in the 21st Century. A Difficult Rapprochement. Russia NIS Center.
Rouvinski, V. (2020).El “retorno” ruso: cinco claves para entender las relaciones de la Rusia postsoviética con América Latina y el Caribe. Fundación Carolina. 36/2020.
Scocozza, C. (2017). Una aproximación rusa al poder blando en el actual sistema internacional. OASIS, 25, 63-74. DOI: https://doi.org/10.18601/16577558.n25.04
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